Murder by death (Robert Moore, 1976)
Es curioso ese fenómeno por el que películas de poco éxito se convierten con los años en títulos de culto. Y más curioso todavía que ese título se lo intenten endosar a una película que se estrenó en el Festival de Venecia, fue una de las diez películas más taquilleras de su año, no tiene ninguna intención de no pertenecer al mainstream y siempre ha gozado de las simpatías de la crítica.
Etiquetas absurdas aparte, este Asesinato por muerte (como título no sería bueno, como juego de palabras es maravilloso) es una auténtica delicia y, gracias a Kenneth Branagh, vuelve a ser tan pertinente como en los setenta.
Parodia, con mucho ánimo crítico, de la literatura y cine policiacos de detectives que más que investigar, adivinan, un desconocido cita a los cinco detectives más brillantes del mundo, con el pretexto de una cena y el propósito de ridiculizarlos, para que investiguen un asesinato que aún no se ha cometido, en una casa apartada de todo y perfectamente acondicionada para dar miedo. Los detectives aceptan la invitación, porque eso es lo que hacen los de las novelas policiacas, y comienzan, desde antes incluso de llegar a la casa, a competir por demostrar su superioridad frente al resto.
Intentos de asesinato frustrados, motivos personales para justificar no se sabe cuántos asesinatos, descubiertos desde la nada, un mayordomo ciego, una cocinera muda, un millonario excéntrico y cinco detectives, copias exactas de varios de los más famosos de la época, atrapados en sus propios clichés, son sólo parte de un espectáculo plagado de bromas visuales y juegos de palabras constantes, hasta ese final tan absurdo como el de la literatura de la que se burla.
Un cast espléndido, con David Niven y Maggie Smith rezumando britanidad, Peter Sellers bordando su enésima caracterización racial probablemente ofensiva o Peter Falk, haciendo sin querer una parodia de Colombo (el personaje que servía de inspiración era otro, pero da lo mismo) son, posiblemente, las caras más famosas de unos actores que están en estado de gracia, acompañados de un Truman Capote, metido en la piel de un involuntario crítico literario, que parece estar disfrutando cada una de las escenas en las que aparece.
Quizá el único pero que tengo que ponerle es un exceso de orden, recuerda demasiado a lo teatral, que hace pensar que, quizá, se toma más en serio a sí misma de lo que debería, y que hace que el final se haga un poco largo a pesar de contar con algunos de las mejores bromas de toda la película. Y es que, como demostraría años después Aterriza como puedas, a este tipo de cine le sienta estupendamente el caos.
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