The man who wasn’t there (Joel Coen, 2001)
Los Coen son otros de los que, con bastante frecuencia, se han podido leer reseñas en este blog por la propia preferencia del que escribe por la obra de estos hermanos. ¿Que por qué, entonces, he tardado más de veinte años en ver esta película, cuando sí he hecho lo propio con obras posteriores? Pues no lo sé, sinceramente. Posiblemente una mezcla de desidia que siempre me ha hecho dejarla para más tarde y publicidad que han hecho que opte antes por otras de supuesta mayor envegadura. Sólo quiero decir que me arrepiento mucho.
Una historia de detectives, centrada en un personaje que, accidentalmente, termina asesinando al amante de su esposa, sirve a los hermanos para relatarnos un viaje existencial acerca de un tipo que nunca ha sido dueño de su vida, marcada por la inercia de dejar que los otros decidieran por él, que sólo es capaz de tomar unas pocas decisiones con resultados desastrosos, y que, fruto de ello, ni siquiera le es posible decidir nada sobre su propia muerte.
El protagonista, Ed Crane, barbero de profesión por pura inercia, y que es un cero a la izquierda en todo lo referente a lo que le sucede, nos relata ese propio viaje desde su perspectiva descreída, desinteresada, cuando no molesta, respecto a las relaciones humanas, y que sólo consigue afectarse con la emoción de los otros. Una especie de síndrome de Asperger adaptado en apariencia, que llega a corromperse por el mismo sentido racional y práctico que tiene de todo lo que le ocurre, pero es consciente, cuando no se lo hacen saber, de su propia insignificancia, pero cuya personalidad llega a impregnar todo el metraje, medido, espléndidamente bien planificado y con una economía en el lenguaje cinematográfico que hace que, sólo en un par de minutos y sin que haga falta mayor explicación, lleguemos a entender, por ejemplo, la relación del protagonista con su esposa.
Heredera de todo el cine negro europeo (hecho también por todos aquellos cineastas alemanes que en los años treinta colonizaron Hollywood), con referencias casi inacabables (desde el expresionismo alemán al noir francés e incluso a la Lolita de Kubrick), supone un homenaje a todo lo que los Coen son, sin que por ello pierdan sus rasgos distintivos (el humor es especialmente negro) a pesar de no parecerse demasiado la gran mayoría de sus películas.
Resulta incómoda, opresiva incluso en momentos de luz, tenebrosa en ocasiones y muy poco amable para con lo humano. Y, aún así, y a pesar de su final, casi esperanzadora. He tardado demasiado en verla, pero ojalá poder volver a verla por primera vez.
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