Kurenai no buta (Hayao Miyazaki, 1992)
Se cumplían ayer veinticinco años, según leí, del estreno de la película que significó el inicio de la expansión internacional de los productos de Studio Ghibli, y qué mejor que su aniversario para volver a revisitar esta joyita.
Porque a ver, ¿a quién no le va a gustar una fábula antibelicista que advierte de los peligros del fascismo, protagonizada por un desertor de la aviación italiana, convertido mágicamente en cerdo y que se refugia trabajando como cazarrecompensas contra unos piratas aéreos en la única zona del país donde no ha metido aún sus garras el férreo control del fascio, contado con gusto estético exquisito, pinceladas de neorrealismo y romanticismo y una banda sonora que emociona desde el primer acorde?¿A quién no le va a gustar?
Vista con perspectiva, Porco Rosso es un producto muy japonés para estar situado en la Italia de entreguerras (esa fascinación de los señores por las adolescentes...), y que peca de infantil en algunos aspectos, pero, aún teniendo eso en cuenta, la madurez le ha sentado estupendamente. Como con todo el cine de Miyazaki siempre tengo la impresión de que, ante tal despliegue sensorial, termino perdiéndome parte de lo que me quiere contar, pero al final la emoción, que es lo que se busca, aparece sin tener que recurrir ni a los fuegos de artificio o las tragedias forzadas que se utilizan habitualmente para lograrlo. Es una aparente historia sencilla, contada aparentemente de forma sencilla, pero esconde mucho más de lo que parece al primer visionado. Aunque lo que quiere dejar claro, lo deja clarísimo.
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