La boda de Rosa (Icíar Bollaín, 2020)
Nunca fui especialmente fan del cine de Bollaín, hacía lustros que no veía una película suya, y probablemente no me hubiese puesto a ver esta película si no me la hubiese encontrado el pasado sábado en La 1.
Una señora, la tal Rosa, piedra angular de una familia por la que ha tenido que hacer demasiados sacrificios, decide casarse con ella misma a modo de compromiso con su persona, para poder ser feliz, y para ello organiza un acto simbólico a la que pide que asistan sus familiares más cercanos, esos para los que lo ha dado todo, y estos deciden pasarse por el arco del triunfo todo lo que ella les ha pedido, y empiezan a enredar para hacer la gran boda que creen que merece, en un intento, fundamentalmente, de distraerse de sus propias miserias, lo que provocará las iras y cambios de planes de la protagonista, vuelta a ningunear en pos de su supuesto bienestar dentro de una familia que, como dice la mejor frase de toda la cinta, “habla mucho pero nunca escucha”.
Todo ello sirve a Bollaín para elaborar una comedia seudoromántica ligera, con toques dramáticos justos, donde trata aspectos claves del feminismo, ejemplificado sobre todo en la carga histórica de la mujer como cuidadora, que a pesar del paso del tiempo, se vuelve a repetir con su hija.
Buenas intenciones aparte, y es lo que me ha pasado siempre con todas las cintas que he visto de esta directora, el tratamiento tiende a lo maniqueo, en este caso con mujeres sororísimas y hombres que no entienden qué hay de malo en ningunearlas, por más que lo intenta arreglar en algunos momentos de la escena final.
El guión es irregularísimo, funciona sorprendentemente bien los momentos más cómicos (algunos realmente hilarantes, como ese desfile por el paseo marítimo de los invitados a la no-boda), pero falla estrepitosamente en los momentos más dramáticos, cuyos diálogos en momentos recuerdan a las reflexiones propias de los telefilmes de sobremesa. La dirección oscila en ese sentido, momentos rotundos con otros cuya planificación no llego a entender, por más que el conjunto sea aceptable.
Mención aparte los actores, Candela Peña y Natalie Poza están monumentales, el resto sirve profesionalidad por más que les tocara bailar con las partes más endebles, y Ramón Barea sigue siendo uno de nuestros mejores secundarios, capaz de transmitir cualquier cosa con sólo mover una ceja.
No quiero que me malinterpreten, no estamos ante un truño, me parece una película digna, muy divertida por momentos, pero demasiado irregular. Como muchas otras de las que escribí en su momento en este blog, no creo que con el tiempo la recuerde, pero es agradable de ver y el mensaje es importante. La tendrán durante un tiempo en rtveplay, por si quieren echarle un vistazo una tarde de estas.
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