viernes, 17 de junio de 2022

1984

 1984 (Michael Radford, 1984)


Tengo varios problemas a la hora de enfrentarme a valorar esta película, aunque quizá el más importante sea que mi cerebro decidió, allá por la adolescencia, fusionar esta obra con Un mundo feliz, y aún habiendo releído ambos en varias ocasiones, sigo confundiendo las historias una vez pasan un par de semanas desde que las termino. En ese sentido, y habiendo transcurrido mucho tiempo desde que volví a cualquiera de ellas, no creo ser la persona más indicada para hablar de lo fidedigno de su más famosa adaptación al cine.

En segundo lugar, y no menos importante, están mis propios prejuicios. He leído tantas cosas, y prácticamente ninguna realmente buena, respecto a ella, que he dejado pasar los años hasta que por fin me he decidido a echarle un vistazo. Y, para mi sorpresa, y sin entrar, como ya dije antes, en la adaptación, me he sorprendido para bien durante casi todo el metraje.

La primera escena, resumen del contexto histórico en el que se desarrolla toda la trama, me ha parecido una obra de arte. Apenas cinco minutos para encuadrar y describir un mundo hostil, opresivo y regulado por un totalitarismo alienante, al que no queda más remedio que adaptarse para sobrevivir, es el punto de partida del conflicto de una suerte de héroe que lo que busca, sobre todo, es una vida humana, una vida normal.

Es esa descripción, ese conflicto y la perpetua presencia de la vigilancia en forma del Gran Hermano (tanto en forma de pantallas omnipresentes como en el resto de equipos de la Policía del pensamiento, presentadas en ocasiones en planos casi pictóricos tenebrosos pero de composición impecable) donde están sus grandes bazas. 

El tono intimista inicial, donde prácticamente todo el texto son diálogos internos del protagonista, quizá peca de querer parecer arte y ensayo, no terminando de comprender las motivaciones del protagonista hasta bien entrada su historia seudo-amorosa con Julia, aunque a lo mejor era eso lo que se pretendía.

Sin embargo, la dificultad viene al final. Esa larguísima media hora, una vez descubierta la traición al Partido, donde se descubre hasta qué punto el poder falsifica a su antojo la información (incluso engañando a los que inicialmente tienen que falsificarla) para conseguir un mundo dominado donde todo esté bajo su propio control. 

John Hart está sublime. Richard Burton interpreta un último papel que le queda como un guante, pero ni entre los dos sostienen un desenlace que se antoja demasiado alargado y, a la vez, demasiado precipitado. 

Aún así, merece la pena. Aunque no recuerdo que el libro me haya dejado nunca tan mal cuerpo.

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