Julieta (Pedro Almodóvar, 2016)
Me ha costado mucho volver a Almodóvar, quizá porque con Los amantes pasajeros terminó de gastar lo poco que le quedaba del crédito que sus películas de los ochenta y noventa le habían concedido en mi mente. Será también que, sin haberla vuelto a ver, me he ido reconciliando con La piel que habito, gracias a todos los que han hablado bien de ella, pero cuando me encontré que Netflix había incorporado Julieta a su catálogo, sentí que había llegado el momento de volver.
¿Por qué Julieta y no Dolor y gloria o Madres paralelas, más recientes, más recordadas y laureadas? Pues porque desde su propia protagonista es la que menos me recuerda a ese Almodóvar autocomplaciente que terminó hastiándome. Y me equivoqué, en cierto punto, y acerté, por otra parte.
Julieta está basada en tres relatos, que Almodóvar une para dar forma a un melodrama que es Almodóvar puro. Incoherente, hiperbólico, lleno de diálogos pomposos para decir con voces engoladas, tragedias forzadas para seguir construyendo el drama, mucha anécdota que podría haber sobrado, mucho cameo que sólo parece servir para que sepamos que sigue relacionándose con el moderneo madrileño, mucha referencia cultural metida con calzador… que, sin embargo, parece que le sirve para descansar de él mismo.
No sé si, quizá, será que hace ya mucho que no vuelvo a ver nada suyo, pero salvo Rossy de Palma volviendo a hacer de señora de pueblo y todo lo estético, no percibo tanto autohomenaje. Y lo agradezco muchísimo.
Porque se centra más en la historia, rocambolesca, forzada, pero historia que nos conduce a lo más interesante, que es el estudio de su personaje original, esa Julieta del título, y su propia vivencia depresiva de la vida, casi heredada de su madre, se diría. Disecciona finísimamente, no sé siquiera si sería el propósito, las cogniciones depresivas, y con sólo el final y de forma indirecta, en la aclaración de la amiga de Antía y la carta que Julieta recibe, consigue dar sentido a todo lo que ha pasado y que seamos capaces, por fin, de ponernos en el lugar de unos protagonistas a los que, hasta entonces, no terminamos de entender bien.
Es excesiva hasta decir basta y la sobreactuación es la norma, pero eso es marca de la casa. Emma Suárez está espectacular, como viene siendo costumbre durante toda su carrera, Adriana Ugarte se sale y, tanto Grao, Grandinetti y, sobre todo, Inma Cuesta, sirven de contrapunto para el exceso emocional del resto del elenco. Me ha encantado volver, y lo haré con lo que me queda de él en breve.
Por cierto, qué bien le sienta a Almodóvar salir de Madrid.
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