Después de ciento quince años, una película que tiene el honor de ser una sobre las que más se ha escrito y más rumores (fundados o no) se han promulgado tiene mucho mérito. Sobre todo si tenemos en cuenta que dicha película se rodó cuando la realización estaba reservado a unos pocos y fue en su momento un fracaso en taquilla. Pero Intolerancia es mucho más que eso.
Posiblemente una de las películas más caras de la historia del cine (casi dos millones de dólares de los de entonces) y con una duración que ha ido variando a lo largo de la historia para terminar en las dos horas y tres cuartos actuales, Intolerancia es una de esas joyas que sería un antes y un después dentro del lenguaje cinematográfico.
Cuatro relatos en cuatro momentos distintos de la historia sirven a Griffith, que el año anterior había sido acusado de xenófobo tras el estreno de El nacimiento de una nación, para tratar los perjuicios (tanto a nivel personal como a nivel colectivo) de la intolerancia a lo largo de los tiempos, mezclando dichas historias para conformar un mismo discurso narrativo.
Para ello además se sirve de una escenografía nunca vista, especialmente el episodio de Babilonia, extras a mansalva y una duración inicial de cuatro horas (aunque ya en esto tenemos el mito, las leyendas contaban que había película para once horas) que emana emotividad y emoción sin decir una sola palabra.
Impresionante documento cinematográfico, quizá algo más melodramático de lo deseable en el episodio situado a principios de siglo, Griffith inventa una nueva forma de narrar y la utiliza para una película bellísima que, desde luego, no lo debe todo a sus decorados, esos que exponen en Hollywood como parte de la grandiosidad que ya no existe. Intolerancia es mucho mayor que todo eso.
Posiblemente una de las películas más caras de la historia del cine (casi dos millones de dólares de los de entonces) y con una duración que ha ido variando a lo largo de la historia para terminar en las dos horas y tres cuartos actuales, Intolerancia es una de esas joyas que sería un antes y un después dentro del lenguaje cinematográfico.
Cuatro relatos en cuatro momentos distintos de la historia sirven a Griffith, que el año anterior había sido acusado de xenófobo tras el estreno de El nacimiento de una nación, para tratar los perjuicios (tanto a nivel personal como a nivel colectivo) de la intolerancia a lo largo de los tiempos, mezclando dichas historias para conformar un mismo discurso narrativo.
Para ello además se sirve de una escenografía nunca vista, especialmente el episodio de Babilonia, extras a mansalva y una duración inicial de cuatro horas (aunque ya en esto tenemos el mito, las leyendas contaban que había película para once horas) que emana emotividad y emoción sin decir una sola palabra.
Impresionante documento cinematográfico, quizá algo más melodramático de lo deseable en el episodio situado a principios de siglo, Griffith inventa una nueva forma de narrar y la utiliza para una película bellísima que, desde luego, no lo debe todo a sus decorados, esos que exponen en Hollywood como parte de la grandiosidad que ya no existe. Intolerancia es mucho mayor que todo eso.
2 comentarios:
Hay más cine en este monumento que en todo lo que llevamos de siglo XXI... ¿querían algo más?... Ah, sí, me olvidaba... Los lumbreras de siempre, defensores de la libertad y la igualdad, acusaron a Griffith de racista por plasmar, ni más ni menos, acontecimientos reales, que ocurrieron en ese país defensor de la libertad y la igualdad..., pero a lo mejor hay que barrer debajo de los muebles, claro. Los mismicos que luego se cebaron con el maestro Ford... ¿Se puede ser más inútil?
Es lo que tiene hablar sin pensar, querido dvd...
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