No tenía el más mínimo interés en ver el enésimo blanqueamiento de la fundamentalista católica hija de la Preysler, pero tras leer un par de artículos ensalzando sus virtudes, con los que estoy bastante de acuerdo, me animaron a ello.
Empecemos por decir que a mi la niña esta me interesa nada, y la serie no deja de ser un megareportaje publicitario de las marcas que la patrocinan, incluyendo la que le ha regalado su pedazo de ático nuevo en Puerta de Hierro, pero en realidad a eso es a lo que menos importancia se le da.
La serie, en realidad, es una autoparodia, posiblemente en contra de la voluntad de su protagonista, de una niña rica, de su familia, de su “padrastro” intelectual, de sus aficiones, de sus creencias y de la superficialidad en la que se mueve todo ello, con la pretendida excusa de la “espontaneidad” de la protagonista (sus caras a la producción son memorables), aunque salvo el capítulo dedicado a su religión (las tomas rezando parece sacadas de cualquier sketch de los Monty Python), la edición no es tan bestia como podría.
Al contrario que en Salvar al Rey, lo bueno de esta serie es el cómo lo cuenta, una pena que lo que cuenta no tenga interés alguno salvo que seas una cotilla reconocida, como el que firma esto.
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