La perdición de los hombres (Arturo Ripstein, 2000)
No recordaba haber visto esta película, por más que ya al inicio me sonaban todas las imágenes y diálogos, y sigo sin recordar haberla visto por más que lo hubiera hecho cuando se estrenó. Quizá debido a que, pasados los años, mi lectura de ella debe haber sido completamente distinta a la primera vez que la vi, lo que no es malo, por otra parte, creo que ahora la he conseguido entender mejor.
Estructurada en tres actos y un epílogo, la película comienza con el asesinato de un hombre a manos de dos conocidos, que lo llevan a su casa, lo amortajan y lo velan, debatiéndose entre el respeto al muerto y la rabia que les producía su comportamiento, llegando finalmente a robarle unos botines de serpiente que eran su única posesión de valor. Son esos asesinos los que verbalizan en varias ocasiones, durante ese primer episodio, que la motivación del asesinato tiene que ver con "las mujeres", tal y como canta el corrido mejicano, premisa de la que, se nos da a entender, trata el film.
En la segunda parte vemos a las dos mujeres que han supuesto "la perdición" del muerto en comisaría, ambas con hijos de él, y que se pelean por el cadáver, como una especie de reconocimiento de su familia como la verdadera. Se centra la atención en una de ellas y su hija adolescente, la primera mujer del hombre, una aparente miserable que parece estar más preocupada por las posesiones (incluyendo el cadáver, pero también los botines de serpiente robados) que por cualquier otra consideración que tenga que ver con la pérdida y que, finalmente, será agraciada con el cadáver, para cuyo traslado le permiten la ayuda de un detenido, ni más ni menos que uno de los asesinos, que ha terminado en el calabozo por cualquier otra cosa.
En el tercer acto se nos muestra el traslado a su casa del cadáver, y cómo, tras reconocer la mujer los botines que lleva el asesino, sale todo a la luz, llevándose por ello varios golpes, teniendo que devolver del botín y enfrentándose al dolor de la viuda y a que esta le haga consciente de su responsabilidad y sus errores.
Posteriormente, y a modo de epílogo, Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, nos muestran la vida del hombre y los acontecimientos que lo llevan a su muerte, contradiciendo la letra del corrido que no para de cantarse durante el metraje, y demostrándonos que le perdición del hombre (al igual que la de su asesino) sólo tiene que ver con el egoísmo y la estupidez.
Patricia Reyes Spindola está soberbia, como de costumbre, en esta
tragicomedia macabra en la que, sin embargo, sobra un epílogo demasiado largo que no aportaba mucho más de lo que ya se hablaba en el tercer acto, y además hubiera podido resumirse
muchísimo con el mismo resultado y sin que terminara provocando esa
sensación tediosa con la que concluye.
Me recuerda mucho al cine mexicano más "social" de Buñuel (la gestión de la miseria, como en Los Olvidados), aunque por momentos el ambiente opresivo sea parecido, también, a El ángel exterminador, si bien Ripstein no pierde sus señas de identidad (esos planos secuencias larguísimos), y nos da una versión más moderna de una sociedad que, tal y como la presenta, continúa viendo como miserable y profundamente machista.
Me alegro de haberla vuelto a ver.