Aprovechando la muerte de la recién fallecida reina más longeva de Europa, en La1 volvieron a emitir una cinta de aparente homenaje a la vez que justificación, y que le valió a Helen Mirren un más que merecido premio de aquellos del copyright.
Volví a verla porque me pilló de paso sin otra cosa que me atrajera más, y porque con las películas de Stephen Frears siempre me pasa lo mismo, me gustan.
La cinta gira en torno a una especie de fantasía de lo que le debió ocurrir en aquella semana horrible para la monarquía británica en la que murió Ladi Di, y la monarquía siguió queriendo ser la misma monarquía de siempre en un mundo que ya no era el mismo, y que teóricamente les exigía otra cosa, por más que al final el espíritu británico haya terminado imponiéndose.
Puede que lo mejor de la película sea la interpretación de Mirren, soberbia, pero por más que no sea, quizá, una gran película, me resulta muy interesante la escasa conmiseración que se tiene no sólo con los miembros de la familia real, sino especialmente con los políticos laboristas, aunque terminen salvando tanto a la Reina como a Tony Blair.
Estamos ante una película muy británica, con un tratamiento más parecido a las cintas noventeras de revoluciones irlandesas que a la grandilocuencia de un aparente homenaje a la figura real, posiblemente buscada y que aparece como natural en esta mirada, posiblemente más simpática de lo que merecía, al cargo real y a la carga que eso conlleva.
Siempre he pensado que Frears sabe hacerlo muy bien. No deja de ser un artesano, pero un artesano listo y muy hábil, tanto como para saber transmitir la dureza autoimpueata en esa preciosa escena del ciervo, la única en la que la Reina llora amargamente, en un momento ya de gota que colma el vaso, de espaldas a la cámara y a la que alegra la vista del animal al que intenta salvar, igual que lo está intentando con su imagen.
Como ya he dicho, no es una grana película, quizá, pero me gusta.
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