Me duele a mi más que a nadie tener que hacer esta entrada, pero créanme que lo merece. Y no porque crea que Caché es, en modo alguno, una película tan mala como las que desfilan normalmente los jueves por aquí. La justificación tiene más que ver con la decepción que me supuso que uno de mis directores actuales favoritos cayera en la trampa de la autocomplacencia.
Haneke nunca ha sido idiota y sabe perfectamente lo que se espera de él. La inquietud, los silencios, el juego con las imágenes no vistas y la imaginación del que la ve... todo lo mismo de siempre que, normalmente, usa con imaginación para contarnos sus angustiantes historias.
El problema de Caché estriba en que esa riqueza habitual en el resto de su cine deja paso al recurso repetitivo y se limita a realizar lo que ya ha hecho antes, no sólo sin aportar nada nuevo, sino jugando vilmente con la paciencia del espectador.
A todas, absolutamente todas las escenas de Caché le sobran, como poco, diez segundos. Tiempo que es utilizado para que Daniel Auteuil y Juliette Binoche compongan unas actuaciones soberbias y las sigan recomponiendo una y otra vez de manera totalmente prescindible.
Tiempo que es utilizado para no exponer prácticamente nada más allá del tedio de una historia que no termina de enganchar.
Tiempo que es utilizado para difuminar los efectos de la culpa que es lo que en primera instancia parece que mueve las pesadillas del protagonista, de tal forma que no termina de quedar claro.
Tiempo malgastado en rodar una película donde al final todo es tan simple que no terminamos de entender nada de lo que ha pasado.
Tiempo, el nuestro, que está para recordar mejores películas suyas y querer darle cabezazos a todo el que premió y adoró esta cinta, que por más aciertos que tenga y más maestría que veamos en Haneke , no deja de ser mediocre.
El problema de Caché estriba en que esa riqueza habitual en el resto de su cine deja paso al recurso repetitivo y se limita a realizar lo que ya ha hecho antes, no sólo sin aportar nada nuevo, sino jugando vilmente con la paciencia del espectador.
A todas, absolutamente todas las escenas de Caché le sobran, como poco, diez segundos. Tiempo que es utilizado para que Daniel Auteuil y Juliette Binoche compongan unas actuaciones soberbias y las sigan recomponiendo una y otra vez de manera totalmente prescindible.
Tiempo que es utilizado para no exponer prácticamente nada más allá del tedio de una historia que no termina de enganchar.
Tiempo que es utilizado para difuminar los efectos de la culpa que es lo que en primera instancia parece que mueve las pesadillas del protagonista, de tal forma que no termina de quedar claro.
Tiempo malgastado en rodar una película donde al final todo es tan simple que no terminamos de entender nada de lo que ha pasado.
Tiempo, el nuestro, que está para recordar mejores películas suyas y querer darle cabezazos a todo el que premió y adoró esta cinta, que por más aciertos que tenga y más maestría que veamos en Haneke , no deja de ser mediocre.