Ya llegó a su fin. Todos lo estaban esperando, algunos desde hacía seis años y otros (como yo), desde hacía pocos meses. Y el final ha defraudado a casi todos. Pero a mi es, con mucho, lo que más me ha gustado de toda la serie. Pero empecemos por donde hay que empezar.
Desde la primera temporada, esa a la que tanto nos costó engancharnos a algunos, Lost ha sido una brutal tomadura de pelo. Y no lo digo en sentido peyorativo, ojo.
Lost es el invento de unos guionistas que, en poco tiempo, idearon todas y cada una de las líneas argumentales de las seis temporadas de una serie que nacía, desde el inicio, para jugar con el espectador.
En tono entre dramático y terrorífico se nos acercaba al inicio de este mito televisivo (porque lo será) a los supervivientes de un accidente aéreo en mitad de ninguna parte mientras se nos daban los retazos justos de una vida anterior para que nos diéramos cuenta del motivo que los llevó a La Isla, y que fue (falsamente) desconocido para muchos hasta que Jacob lo dijo en el antepenúltimo capítulo.
A partir de ahí esos mismos guionistas jugaban con el tiempo, el espacio y los muertos que no lo estaban para construir un artilugio de apariencia complicadísima pero que en realidad era más simple que el mecanismo de un botijo, como bien se ha visto en este capítulo final.
Todo consistía en deslabazar la historia en distintas líneas argumentales, ir añadiendo personajes (para luego cargárselos) y que todo confluyera en un mismo punto, ese que era el leit motiv de toda la historia: descubrir qué era La Isla y por qué tenían que estar allí.
En medio viajes, idas y venidas y un cartel de personajes que englobaban todos y cada uno de los defectos humanos, detestables en la mayoría de los momentos (ese Jack Shepard ha sido odioso hasta el final) pero humanizados en el sufrimiento que los mantenía juntos y que conseguía las más increíbles alianzas, como en las mismas guerras que mantienen todos ellos.
Juegos de luces y sombras que desconcertaban a la gente que quería respuestas y que pretendían solucionarse en una sexta temporada en la que se han desvelado muchísimos secretos que ya intuiamos y no se ha terminado de ver lo que más inquietaba, aunque también sabemos lo que es.
Ese es precisamente el gran acierto de Lost, y lo que ha conseguido que trece millones de estadounidenses (y muchos más fuera de EEUU) lo sigan en directo: el engañar al espectador y hacerle creer que se le va a dar mucho más de lo que ya sabe.
Y esa ha sido su gran perdición, precisamente en esta última temporada. No había nada que desvelar, Lost es una gran pantomima, una suerte de fuegos de artificios impresionantes pero que suben hasta estallar y bajan al suelo exactamente igual que los cohetes, aunque arrojando mucha luz y haciendo esperar mucho. Pero es una pantomima que engancha, que retiene y que está magníficamente bien rodada.
En esta sexta temporada, decía, se ha visto eso precisamente. Que el desarrollo, lineal por más coexistencias temporales que se quisieran, no podía extenderse mucho más y que las explicaciones resultaban demasiado vagas para las espectativas.
Que no hay grandes respuestas que valgan y que lo que hubo siempre fue una serie de intriga bien llevada.
Que no sabemos conformarnos con lo que tenemos y que siempre queremos investigar hasta el fondo aunque lo hayamos rebasado con creces.
Que se puede hacer un último capítulo donde lo enlacen todo espléndidamente dando una buena hostia a todos los que esperaban La Verdaz.
Que se puede emocionar, y mucho, con cosas tan simples como un falso reencuentro.
Que todo podía haber vuelto a ser un sueño de Resines, pero esta vez hubiera sido fantástico.
Desde la primera temporada, esa a la que tanto nos costó engancharnos a algunos, Lost ha sido una brutal tomadura de pelo. Y no lo digo en sentido peyorativo, ojo.
Lost es el invento de unos guionistas que, en poco tiempo, idearon todas y cada una de las líneas argumentales de las seis temporadas de una serie que nacía, desde el inicio, para jugar con el espectador.
En tono entre dramático y terrorífico se nos acercaba al inicio de este mito televisivo (porque lo será) a los supervivientes de un accidente aéreo en mitad de ninguna parte mientras se nos daban los retazos justos de una vida anterior para que nos diéramos cuenta del motivo que los llevó a La Isla, y que fue (falsamente) desconocido para muchos hasta que Jacob lo dijo en el antepenúltimo capítulo.
A partir de ahí esos mismos guionistas jugaban con el tiempo, el espacio y los muertos que no lo estaban para construir un artilugio de apariencia complicadísima pero que en realidad era más simple que el mecanismo de un botijo, como bien se ha visto en este capítulo final.
Todo consistía en deslabazar la historia en distintas líneas argumentales, ir añadiendo personajes (para luego cargárselos) y que todo confluyera en un mismo punto, ese que era el leit motiv de toda la historia: descubrir qué era La Isla y por qué tenían que estar allí.
En medio viajes, idas y venidas y un cartel de personajes que englobaban todos y cada uno de los defectos humanos, detestables en la mayoría de los momentos (ese Jack Shepard ha sido odioso hasta el final) pero humanizados en el sufrimiento que los mantenía juntos y que conseguía las más increíbles alianzas, como en las mismas guerras que mantienen todos ellos.
Juegos de luces y sombras que desconcertaban a la gente que quería respuestas y que pretendían solucionarse en una sexta temporada en la que se han desvelado muchísimos secretos que ya intuiamos y no se ha terminado de ver lo que más inquietaba, aunque también sabemos lo que es.
Ese es precisamente el gran acierto de Lost, y lo que ha conseguido que trece millones de estadounidenses (y muchos más fuera de EEUU) lo sigan en directo: el engañar al espectador y hacerle creer que se le va a dar mucho más de lo que ya sabe.
Y esa ha sido su gran perdición, precisamente en esta última temporada. No había nada que desvelar, Lost es una gran pantomima, una suerte de fuegos de artificios impresionantes pero que suben hasta estallar y bajan al suelo exactamente igual que los cohetes, aunque arrojando mucha luz y haciendo esperar mucho. Pero es una pantomima que engancha, que retiene y que está magníficamente bien rodada.
En esta sexta temporada, decía, se ha visto eso precisamente. Que el desarrollo, lineal por más coexistencias temporales que se quisieran, no podía extenderse mucho más y que las explicaciones resultaban demasiado vagas para las espectativas.
Que no hay grandes respuestas que valgan y que lo que hubo siempre fue una serie de intriga bien llevada.
Que no sabemos conformarnos con lo que tenemos y que siempre queremos investigar hasta el fondo aunque lo hayamos rebasado con creces.
Que se puede hacer un último capítulo donde lo enlacen todo espléndidamente dando una buena hostia a todos los que esperaban La Verdaz.
Que se puede emocionar, y mucho, con cosas tan simples como un falso reencuentro.
Que todo podía haber vuelto a ser un sueño de Resines, pero esta vez hubiera sido fantástico.
2 comentarios:
Pues sí. De acuerdo en todo.
... ¿LOST?... No me suena...
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