Y llegamos al homenaje mal entendido. No es que no me guste Tacones Lejanos, aunque ya a Almodóvar se le empiezan a notar demasiado los humos, pero si que eché de menos el intentar el homenaje mostrando menos interés por demostrar ser uno mismo... porque el que lo es no tiene que demostrarlo.
Llegamos a la versión histérica y pasada de vueltas de Sonata de otoño, de la que hablábamos ayer (o antes de ayer para ser exactos) y donde el manchego da rienda suelta a su exageración para retrotraer a Bergman a la fuerza y sin conseguir llegar donde llegó este, a pesar de contar con una de las más sobreactuadas interpretaciones de la generalmente estupenda Victoria Abril.
Almodóvar quiere demostrar que ha asumido a los clásicos y eso se puede unir a la tipología de barrio y mezclarlo con chaneles y armanis y al final queda un batiburrillo de ideas que emociona poco pero que consigue que pasemos el rato.
Momentos brillantes como el de la confesión del asesinato en el telediario, o el baile en la cárcel los hay. Estéticamente resulta impoluta e inconfundible. Se olvida más del gag y engarza mejor las situaciones.
Pero Miguel Bosé sigue sin ser buen actor y los implantes peliles dan mucho el cante, y los momentos grandguiñolescos a la vez que el intento de drama serio se queda en muchas ocasiones como la mayonesa cortada.
Y todo a pesar del intento de la Paredes de resultar sensata en su actuación, y a pesar de líneas de guión que recuerdan lo mejor que nunca hizo: comedia, amarga pero comedia.
Un querer y no poder, que sin embargo, se salva de la quema todavía no tenemos claro por qué. Aunque Carlos Boyero puede que lo sepa.