sábado, 17 de enero de 2009

Siete mil días juntos

Siete mil días juntos (Fernando Fernán Gómez, 1994)


Cualquiera que se pase por este blog, aunque sea de vez en cuando, no tendrá que ser muy listo para darse cuenta de que la comedia amarga, y esencialmente la negra es uno de mis géneros preferidos (si no el que más) y en este país hemos tenido grandes maestros en ese género, aunque cada vez se cultive menos. Una pena, porque a la hora de reírnos de la desgracia, ningún país del mundo tiene tanta y tan buena tradición como nosotros. Pero desde que nos globalizaron los yanquis, y con la retirada de Berlanga y la pérdida de Fernán Gómez y recientemente de Azcona, las cosas no son lo que eran.
Pero hace quince años, Fernán Gómez todavía seguía en activo, y de qué manera. Por aquellos entonces, y mientras los jóvenes yanquis se hacían de la Generación X gracias a esa tontería llamada Reality bites (destrozada aquí), yo me solazaba con las gracias y desgracias de Matías (Pepe Sacristán) en su huida hacia una vida mejor, esa huida que su esposa, la espiritista y malvadísima (no voy a insultarla aunque lo merece) Petra (Pilar Bardem) no le permite y que Angelines (María Barranco) le promete: la huida a una vida feliz con una familia de verdad, con la familia que nunca tuvo y que su mujer no le permite tener, mientras se atacaba a toda la cotidianidad y la moralidad posible, tanto al matrimonio convencional (unidos para siempre en base a los niños, a la edad...), como a las prácticas sexuales (el necrófilo interpretado por Agustín González no tiene precio) como a la vida habitual, partiendo del no habitual oficio de Matías (Allan Ball no lo inventó todo, queridos, ya habíamos visto como se embalsamaban cadáveres antes).


Y disfrutaba observando con qué elegancia y de qué forma tan sutil se puede mostrar toda la hipocresía, de qué forma tan rebuscada se puede engañar al prójimo como engaña Petra a todas sus vecinas, incluyendo al personaje de Chus Lampreave, su maestra en la adivinación, cómo consigue ir de víctima cuando es ella el verdugo de su marido, cuando es ella la que no permite que ninguno de los dos sea feliz. Cuando es ella la que firma su propia sentencia de muerte. Cuando es ella, y solo ella, la que finalmente gana la partida. Porque, que nadie se lleve a engaño, el mal siempre gana. Y Petra lo hace. Aunque sea desde la tumba.

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