Hay muchos que se pasan la vida queriendo ser autores y hay otros, como el caso de Altman, en el que hagan lo que hagan aparentemente, marcan sus películas con un sello de identidad que somos capaces de ver en los primeros cuatro planos.
En el caso de Gosford Park ya en la escena inicial de créditos, esa preparación del coche de la condesa, podemos observar su impronta en esos movimientos de cámara que escudriñan el entorno como si un ojo curioso pero ajeno se asomara a la pantalla.
Tras el auge y caída de sus películas allá por los noventa, Altman comienza el que sería su último lustro volviendo a realizar una grandísima película que, bajo la apariencia de una comedia policiaca, vuelve a hablar de relaciones humanas desde esa perspectiva casi misantrópica que desarrolló a lo largo de toda su carrera. Apenas un par de personajes de todos los que intervienen en la historia resultan cálidos y misericordiosos, el resto malmeten, engañan, simulan, chismorrean, actúan por interés... todo un catálogo de la condición humana en su peor vertiente que Altman se encarga sutilmente de desvelarnos como la parte importante de la película (porque sabemos desde el principio cómo fallece el muerto y quién es el asesino).
Altman pretende no engañar a nadie al contrario que sus personajes, con tantos secretos que guardar que a alguno se le tiene que ir por la boca. Con un reparto de lujo, un guión perspicaz y lleno de ironía, y una dirección lenta, tranquila, pero nada aburrida, Altman se inmiscuye en terreno de otros, las relaciones sirviente-señor en la Inglaterra de los treinta para hacer una película que sólo él podría haber hecho, que tiene su marca desde el inicio hasta el falso final feliz que pondrá fin a la película (aunque creemos que no a la historia). Y eso es lo que muchos no consiguen en toda su vida.
En el caso de Gosford Park ya en la escena inicial de créditos, esa preparación del coche de la condesa, podemos observar su impronta en esos movimientos de cámara que escudriñan el entorno como si un ojo curioso pero ajeno se asomara a la pantalla.
Tras el auge y caída de sus películas allá por los noventa, Altman comienza el que sería su último lustro volviendo a realizar una grandísima película que, bajo la apariencia de una comedia policiaca, vuelve a hablar de relaciones humanas desde esa perspectiva casi misantrópica que desarrolló a lo largo de toda su carrera. Apenas un par de personajes de todos los que intervienen en la historia resultan cálidos y misericordiosos, el resto malmeten, engañan, simulan, chismorrean, actúan por interés... todo un catálogo de la condición humana en su peor vertiente que Altman se encarga sutilmente de desvelarnos como la parte importante de la película (porque sabemos desde el principio cómo fallece el muerto y quién es el asesino).
Altman pretende no engañar a nadie al contrario que sus personajes, con tantos secretos que guardar que a alguno se le tiene que ir por la boca. Con un reparto de lujo, un guión perspicaz y lleno de ironía, y una dirección lenta, tranquila, pero nada aburrida, Altman se inmiscuye en terreno de otros, las relaciones sirviente-señor en la Inglaterra de los treinta para hacer una película que sólo él podría haber hecho, que tiene su marca desde el inicio hasta el falso final feliz que pondrá fin a la película (aunque creemos que no a la historia). Y eso es lo que muchos no consiguen en toda su vida.
1 comentario:
Altman es único en las películas corales. Nadie ha sabido (ni sabrá nunca) jugar con tantos personajes a la vez y de forma tan magistral.
Saludos
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