martes, 25 de agosto de 2009

El show de Truman

El show de Truman (Peter Weir, 1998)


Jim Carrey nunca me cayó simpático y tan sólo en raras ocasiones me resultó gracioso, al contrario que a muchos de mis coetáneos, a pesar de participar en algunas comedias que se podrían encontrar entre mis preferidas en los noventa (lo que, por otra parte, es más bien triste). Sin embargo tiene Carrey el honor de haber participado en una de las películas más inquietantes y molestas de finales del siglo pasado.
Justo coincidiendo con el auge de los programas de telerrealidad Andrew Niccol, el creador de esa mirada profundamente nihilista que era Gattaca (de la que, bien pensado, me encargaré otro día), elaboró un espléndido guión donde reducía al absurdo la premisa de "la vida en directo" para hacernos una advertencia de hacia donde encaminamos nuestro cada vez mayor exhibicionismo.
Cuando se escucha hablar de realitys con niños (aunque por lo visto eso no es explotación infantil según las leyes británicas), es tiempo de reivindicar el mensaje terriblemente pesimista que nos ofrecía The Truman Show, esa total pérdida de la intimidad y/o de la vida de una persona que, por contrato con sus padres, es adoptado por una corporación y grabado prácticamente a partir del momento de su concepció
n hasta todo el resto de una vida que le están imponiendo los que se creen dioses. Aunque los dioses también se equivocan de vez en cuando y dejan cabos sueltos o cometen errores que permiten intuir el engaño.
Porque esta es una de esas películas que pese a una apariencia de comedia de entretenimiento (que lo es) posee lecturas múltiples en todos los órdenes: la ética del mundo de la televisión, la ética del ser humano que participa en el engaño colectivo a Truman, la ética de los gobiernos que permiten el que alguien sea explotado de semejante forma, la ética del que mira el programa en casa, la ética y la capacidad de creerse dios todopoderoso y la futilidad de dicha creencia...


Al igual que la anterior obra de Niccol, todavía quiere dejar un hilo de esperanza, en forma de ese supuesto final feliz en el que Truman consigue salir del universo creado para él (y que lo expone a una vida con las mismas personas que lo colocaron donde estaba), aunque por más que exista ese pequeña posibilidad de que las cosas salgan bien, lo único que podemos hacer es no plantearnos aquello de "¿quienes somos?¿de dónde venimos?¿adonde vamos?" porque como lo hagamos... agüita...

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