Días de radio es una de mis películas favoritas de Allen. En apariencia una de sus películas menos profundas y elaboradas, Allen consigue retratar mediante anécdotas la historia de una época, su infancia, en que la radio distraía a las familias y daba cotilleos más cercanos a la población que el resto de medios, en esa época en que no existía la televisión, creando una de sus películas más divertidas, más sinceras y más afectivas.
¿Autobiográfica? El haber vivido sólo dos años con la familia judía justificaría los veintitantos años que estuvo yendo Allen al psicoanalista, pero me temo que sólo es un pretexto, y que, si bien lo anecdótico primario quizá fuera cierto, el resto es pura ficción cinematográfica. Cine divertidísimo, sagaz, mordaz y satírico, pero sin olvidar, que es algo que le ocurre a menudo, la parte humana, el drama, como el de la niña cuya caída al pozo sigue el país entero por radio, como la noticia del bombardeo de Pearl Harbor por más que el único personaje de Mia Farrow que me hace olvidarme que lo interpreta ella le de un toque humorístico: “¿pero quién es Pearl Harbor?”.
Días de radio es vida, en toda su cotidianidad, en toda su grandeza. Personas sencillas que intentan progresar, aunque no lo consigan y que dan gracias a Jehová por lo que tienen, aunque no paren de quejarse. Y ya he dicho, toda la historia del personaje de Mia Farrow, esa camarera casquivana cuya suerte cambia con un simple curso de dicción que la ayuda a superar su insufrible voz de pito para llegar a ser la principal cotilla radiofónica de la época, es de lo más divertido que ha rodado Allen jamás... con permiso de la historia de la tía solterona (una Dianne West soberbia como es ella), de las palizas que se lleva el niño (memorable la del rabino y ambos padres peleándose por quién le da los golpes mientras no paran de pegarle), de la prima admiradora de Carmen Miranda colgada del teléfono para enterarse de todo lo que pasa en el vecindario, del tío que sólo trae de comer pescado y casi es convencido por las mieles del comunismo... de toda la vida de ese niño que es el propio Allen, pero que ve años después, ya desde la madurez. Niño, por cierto, interpretado por Seth Green, un actor pelirrojo y bajito que además de haber comenzado a convertirse en uno de los nuevos cafres oficiales del cine y televisión yanquis, es uno de mis objetos de culto erótico desde que lo vi en Austin Powers, evidentemente bastante más mayor. No me pregunten por qué, porque ni yo mismo me lo explico.