¿Cómo asestar un golpe más fuerte que ningún otro? Siempre ha sido cuando el golpe viene desde dentro. Y no hay nada más dentro del gran circo norteamericano, de las aportaciones que EEUU ha realizando al mundo, que la publicidad y el marketing, que la venta que ha colocado al país como el dueño del mundo. Y ahí es donde entra Mad Men.
Mad Men es al sueño americano algo parecido a lo que lo fue Happiness, la película de Solondz (una de mis favoritas de todos los tiempos, ya lo dije hace ya un tiempo), con la única diferencia de que los creadores de Mad Men, al contrario que el freak Solondz, si que tienen cierto respeto y cariño por el género humano, género que intenta rehabilitar por todos los medios a pesar de mostrar las debilidades del mismo en un mundo en el que lo que vende, precisamente, es vender.
Don Draper, el atractivísimo John Hamm, tiene una supuesta familia perfecta con una supuesta perfecta rubia esposa de anuncio (modelo antiguamente de hecho) mientras él se dedica a ser el perfecto empresario.
Pero la perfección es tan solo un supuesto, como ya se veía venir. Don es un infiel machista que no respeta a nada que no sea un hombre, a pesar de verse enfrentado (y superado) por mujeres que caen rendidas a sus (muchos) encantos. Betty Draper es, bajo la apariencia de una adorable ama de casa, una redomada víbora pasivo-agresiva insatisfecha con su vida y que proyecta sus propios deseos en forma de celos (con base real).
Y ambos viven en un mundo en el que, por más que nos hayan contado lo contrario, ser mujer no sirve para más que para ser tomada como un objeto sexual, deben renunciar a sus vidas personales para poder trabajar mientras la Iglesia sigue jodiéndoles la vida, los hombres deben ser machos y casarse aunque les gusten los otros hombres, el alcohol y el tabaco inunda su vida... y se hace un repaso exhaustivo y fidedigno a toda la historia americana y todo el trabajo que la publicidad ha ido desarrollando para configurar nuestro actual modo de vida.
Considerada una de las mejores series norteamericanas actuales (Emmys aparte, nunca confié mucho en los premios), Mad Men es una monumental recreación de una época que quiso venderse como buena cuando lo que había era la misma hipocresía y falsedad que ha ido desarrollando la comunidad norteamericana (y la posterior globalización que está alcanzando Europa, sobre todo los países más occidentales) a lo largo de los años.
Mad Men es al sueño americano algo parecido a lo que lo fue Happiness, la película de Solondz (una de mis favoritas de todos los tiempos, ya lo dije hace ya un tiempo), con la única diferencia de que los creadores de Mad Men, al contrario que el freak Solondz, si que tienen cierto respeto y cariño por el género humano, género que intenta rehabilitar por todos los medios a pesar de mostrar las debilidades del mismo en un mundo en el que lo que vende, precisamente, es vender.
Don Draper, el atractivísimo John Hamm, tiene una supuesta familia perfecta con una supuesta perfecta rubia esposa de anuncio (modelo antiguamente de hecho) mientras él se dedica a ser el perfecto empresario.
Pero la perfección es tan solo un supuesto, como ya se veía venir. Don es un infiel machista que no respeta a nada que no sea un hombre, a pesar de verse enfrentado (y superado) por mujeres que caen rendidas a sus (muchos) encantos. Betty Draper es, bajo la apariencia de una adorable ama de casa, una redomada víbora pasivo-agresiva insatisfecha con su vida y que proyecta sus propios deseos en forma de celos (con base real).
Y ambos viven en un mundo en el que, por más que nos hayan contado lo contrario, ser mujer no sirve para más que para ser tomada como un objeto sexual, deben renunciar a sus vidas personales para poder trabajar mientras la Iglesia sigue jodiéndoles la vida, los hombres deben ser machos y casarse aunque les gusten los otros hombres, el alcohol y el tabaco inunda su vida... y se hace un repaso exhaustivo y fidedigno a toda la historia americana y todo el trabajo que la publicidad ha ido desarrollando para configurar nuestro actual modo de vida.
Considerada una de las mejores series norteamericanas actuales (Emmys aparte, nunca confié mucho en los premios), Mad Men es una monumental recreación de una época que quiso venderse como buena cuando lo que había era la misma hipocresía y falsedad que ha ido desarrollando la comunidad norteamericana (y la posterior globalización que está alcanzando Europa, sobre todo los países más occidentales) a lo largo de los años.
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