Tenía el presentimiento de que este Sherlock Holmes me iba a gustar. Y puedo decir y diré que ha colmado mis espectativas con creces, haciendo que me alegre del divorcio de Ritchie (no más Barridos por la marea, por amor de dios) y ya esté pidiendo a gritos una segunda parte. Y eso que las revisitaciones no siempre salen bien.
Pero en este caso, Ritchie lleva a cabo la desmitificación del mito Holmes al que nos presenta como un ser prepotente, antisocial y pagado de si mismo, incapaz de dar aunque si de pedir y que no tiene miramientos a la hora de intentar romper una pareja a costa de no perder su ventaja, en este caso a Watson. Y resulta más creíble que el abnegado detective de Doyle, por más que pierda parte de su esencia casi divina.
El excelente guión, perfectamente mesurado y de un engranaje casi milimétrico, ayuda no solo a contar sino a crear espectación respecto a la posibilidad de la secuela (donde saldrá Moriarty, la queremos pero ya) y, pese a esa planificación con tendencia a lo videoclipero que en momentos recuerda a lo peor (o lo único malo) de The fight club (y no es en lo único que lo hace), Ritchie logra una estupenda, divertidísima y aneuronal película donde lo importante es la acción y la intriga, y que tiene los momentos cómicos justos para hacer que lo pasemos bien sin caer en el ridículo.
Downey Jr. y Law realizan trabajos solventes como suele ocurrir con ellos dos, con especial mención al primero, que crea un personaje detestable y entrañable en uno de esos ejercicios de metamorfosis que tanto le gustan.
Ágil, rápida y emocionante, Sherlock Holmes es un estupendo film de entretenimiento de calidad que no cae en discursos pseudofilosóficos ni intenta mostrarnos el sentido de la vida con teorías que sonrojarían a niños de primaria. Es cine de entretenimiento para no pensar y pasar un buen rato. Y vaya si lo consigue.
Pero en este caso, Ritchie lleva a cabo la desmitificación del mito Holmes al que nos presenta como un ser prepotente, antisocial y pagado de si mismo, incapaz de dar aunque si de pedir y que no tiene miramientos a la hora de intentar romper una pareja a costa de no perder su ventaja, en este caso a Watson. Y resulta más creíble que el abnegado detective de Doyle, por más que pierda parte de su esencia casi divina.
El excelente guión, perfectamente mesurado y de un engranaje casi milimétrico, ayuda no solo a contar sino a crear espectación respecto a la posibilidad de la secuela (donde saldrá Moriarty, la queremos pero ya) y, pese a esa planificación con tendencia a lo videoclipero que en momentos recuerda a lo peor (o lo único malo) de The fight club (y no es en lo único que lo hace), Ritchie logra una estupenda, divertidísima y aneuronal película donde lo importante es la acción y la intriga, y que tiene los momentos cómicos justos para hacer que lo pasemos bien sin caer en el ridículo.
Downey Jr. y Law realizan trabajos solventes como suele ocurrir con ellos dos, con especial mención al primero, que crea un personaje detestable y entrañable en uno de esos ejercicios de metamorfosis que tanto le gustan.
Ágil, rápida y emocionante, Sherlock Holmes es un estupendo film de entretenimiento de calidad que no cae en discursos pseudofilosóficos ni intenta mostrarnos el sentido de la vida con teorías que sonrojarían a niños de primaria. Es cine de entretenimiento para no pensar y pasar un buen rato. Y vaya si lo consigue.
1 comentario:
Gran película, si señor! O al menos como deberían de ser las películas.
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