Recuerdo haberme enterado de que en Argentina se hacía cine allá cuando escuché hablar de la estupenda Un lugar en el mundo de Aristarain.
Recuerdo que posteriormente fui haciéndome consciente de que cada vez más producciones de allende los mares sudamericanos iban llegando a las pantallas españolas con, cada vez, más aceptación, cimentada en la buena acogida de estupendos filmes como Martin (Hache) (también de Aristarain), Nueve reinas (uno de los mejores thrillers de los noventa) y, sobre todo y ante todo por haber conseguido su popularización en el sentido más vulgar, El hijo de la novia.
Y asistí con un estupor como sólo había presenciado con las vanaglorias descerebradas al cine francés a un ensalzamiento por parte de crítica y público de obras de la misma nacionalidad simplemente por venir de donde venían. Y es ahí donde entra esta Caballos salvajes.
Personalmente el cine de Piñeyro no me termina de convencer. Creo que tiene buenas ideas y, sobre todo, buenas intenciones pero que adolece como el que más del mayor de los males de los discursos argentinos, quiero decir, de superficialidad disfrazada de retórica.
Caballos salvajes en ese sentido funciona aceptablemente como la road-movie que vende, pero fracasa estrepitosamente en sus intenciones existenciales, que las tiene.
Piñeyro no logra que el discurso pase de lo inmaduro de la huida como forma de liberación, abocando a sus personajes a la mayor de las tragedias como si eso constituyera en si una salida digna, como si en esta vida todo fueran disertaciones y no importara el futuro ni la responsabilidad, como cuando Valdano habla de fútbol, quedándose en palabras (o imágenes) bonitas sin significado alguno.
Sinceramente, siempre creí que esta película y algunas otras de sus compatriotas podrían haber conformado una serie a la que podrían haber llamado Filosofía de la nada. Al menos así hubiera quedado más claro lo que cuenta y nadie se habría hecho ilusiones con lo que plantea.
Recuerdo que posteriormente fui haciéndome consciente de que cada vez más producciones de allende los mares sudamericanos iban llegando a las pantallas españolas con, cada vez, más aceptación, cimentada en la buena acogida de estupendos filmes como Martin (Hache) (también de Aristarain), Nueve reinas (uno de los mejores thrillers de los noventa) y, sobre todo y ante todo por haber conseguido su popularización en el sentido más vulgar, El hijo de la novia.
Y asistí con un estupor como sólo había presenciado con las vanaglorias descerebradas al cine francés a un ensalzamiento por parte de crítica y público de obras de la misma nacionalidad simplemente por venir de donde venían. Y es ahí donde entra esta Caballos salvajes.
Personalmente el cine de Piñeyro no me termina de convencer. Creo que tiene buenas ideas y, sobre todo, buenas intenciones pero que adolece como el que más del mayor de los males de los discursos argentinos, quiero decir, de superficialidad disfrazada de retórica.
Caballos salvajes en ese sentido funciona aceptablemente como la road-movie que vende, pero fracasa estrepitosamente en sus intenciones existenciales, que las tiene.
Piñeyro no logra que el discurso pase de lo inmaduro de la huida como forma de liberación, abocando a sus personajes a la mayor de las tragedias como si eso constituyera en si una salida digna, como si en esta vida todo fueran disertaciones y no importara el futuro ni la responsabilidad, como cuando Valdano habla de fútbol, quedándose en palabras (o imágenes) bonitas sin significado alguno.
Sinceramente, siempre creí que esta película y algunas otras de sus compatriotas podrían haber conformado una serie a la que podrían haber llamado Filosofía de la nada. Al menos así hubiera quedado más claro lo que cuenta y nadie se habría hecho ilusiones con lo que plantea.
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