A veces es difícil hablar de ciertas películas porque no se sabe por dónde empezar. Y es que de Wall-E se pueden contar tantas cosas (y todas buenas) que resulta una tarea titánica intentar resumir la complejidad de una de las mejores películas que he visto en los últimos años en apenas dos párrafos.
Pixar parece estarse especializando en demostrar que se puede hacer buen cine dentro del género de animación, y en su afán está logrando también realizar cintas complejísimas que superan a la gran mayoría de las de imagen real. Wall-E es un magnífico ejemplo de ello.
Comenzamos en una Tierra adonde llega la cámara tras pasar por una maraña de satélites que orbitan alrededor. En medio de los edificios hay "edificios" aún mayores que la cámara enfoca pero no deja ver. Un robot anda apilando basura y coleccionando cosas. Y cuando por fin se aleja nos damos cuenta de que estamos en una Tierra donde la basura lo puebla todo, donde esos supuestos "edificios" no son más que montañas de la misma ordenada que ganan en altitud a los rascacielos, donde el pequeño Wall-E se siente tan solo que acumula toda serie de cachivaches como si fueran joyas en una especie de búsqueda del romanticismo y el cariño, y donde se pasa sus horas fuera del "trabajo" disfrutando de musicales y soñando con un futuro mejor.
A este mundo sucio, polvoriento, amarillento, llega una nave espacial de donde saldrá Eva, robot blanco elegantísimo que hibernará al descubrir un brote verde (no confundir con los de la Menestra) y a la que Wall-E seguirá aún a riesgo de destruirse a si mismo, en búsqueda del amor y la compañía que no ha tenido nunca.
Y ahí llegaremos a un mundo, el humano, donde la alienación ha llegado al máximo, donde un simple anuncio de moda es capaz de lograr que todos cambien el color de su ropa, donde el hombre ha dejado de caminar para aferrarse a la comodidad, donde las máquinas gobiernan no por ellas mismas, sino por premisas de los que controlan el poder.
Y así Wall-E se convierte no ya en metáfora, sino en oráculo de lo que nos trae la sociedad en la que vivimos, la sociedad del supuesto bienestar, para el que nos enseñan que todo pasa por amoldarse a la mayoría y por no pensar, sino actuar según nos dicen los que creen estar capacitados.
Una visión de futuro tan pesimista como esperanzador su desenlace, cuando el hombre descubre sus piernas y que, a pesar de lo que ha estado haciendo durante años, puede volver a ponerse sobre ellas y emprender la marcha. Otra delicia.
Pixar parece estarse especializando en demostrar que se puede hacer buen cine dentro del género de animación, y en su afán está logrando también realizar cintas complejísimas que superan a la gran mayoría de las de imagen real. Wall-E es un magnífico ejemplo de ello.
Comenzamos en una Tierra adonde llega la cámara tras pasar por una maraña de satélites que orbitan alrededor. En medio de los edificios hay "edificios" aún mayores que la cámara enfoca pero no deja ver. Un robot anda apilando basura y coleccionando cosas. Y cuando por fin se aleja nos damos cuenta de que estamos en una Tierra donde la basura lo puebla todo, donde esos supuestos "edificios" no son más que montañas de la misma ordenada que ganan en altitud a los rascacielos, donde el pequeño Wall-E se siente tan solo que acumula toda serie de cachivaches como si fueran joyas en una especie de búsqueda del romanticismo y el cariño, y donde se pasa sus horas fuera del "trabajo" disfrutando de musicales y soñando con un futuro mejor.
A este mundo sucio, polvoriento, amarillento, llega una nave espacial de donde saldrá Eva, robot blanco elegantísimo que hibernará al descubrir un brote verde (no confundir con los de la Menestra) y a la que Wall-E seguirá aún a riesgo de destruirse a si mismo, en búsqueda del amor y la compañía que no ha tenido nunca.
Y ahí llegaremos a un mundo, el humano, donde la alienación ha llegado al máximo, donde un simple anuncio de moda es capaz de lograr que todos cambien el color de su ropa, donde el hombre ha dejado de caminar para aferrarse a la comodidad, donde las máquinas gobiernan no por ellas mismas, sino por premisas de los que controlan el poder.
Y así Wall-E se convierte no ya en metáfora, sino en oráculo de lo que nos trae la sociedad en la que vivimos, la sociedad del supuesto bienestar, para el que nos enseñan que todo pasa por amoldarse a la mayoría y por no pensar, sino actuar según nos dicen los que creen estar capacitados.
Una visión de futuro tan pesimista como esperanzador su desenlace, cuando el hombre descubre sus piernas y que, a pesar de lo que ha estado haciendo durante años, puede volver a ponerse sobre ellas y emprender la marcha. Otra delicia.
3 comentarios:
Bueno, lo dije hace algún tiempo, pero no me importa repetirlo: la mejor película del pasado año sin discusión. Un clásico instantáneo...
lo se, lo se... ya lo lei
A mí me gustó, pero no vi en ella la obra maestra que vieron todos. En algunos tramos se me hizo pelín aburrida y excesivamente almibarada. Disfruté mucho más "Up", sin ir más lejos.
Bye bye!
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