La semana pasada se confirmaba lo esperable: Julio Medem y el intento de sus productores de hacer cine de autor con deseos comerciales se estrellaba con Habitación en Roma, que no sólo no conseguía buenas críticas sino que hacía una taquilla lamentable teniendo en cuenta la llamativísima campaña publicitaria que la situaba como el estreno español más esperado de lo que llevamos de año.No tengo ganas de hacer más sangre de la que ya hice hace tiempo con Caótica Ana, aunque nunca me terminé de quedar a gusto, y tampoco es hoy el día de hablar de la deriva última del cine de Medem (aunque cada vez tengo más claro que no es que haya derivado, es que nunca hubo un camino), así que sólo queda celebrar que en su momento rodara una de las películas más atrayentes del cine español de la pasada década.
El primer largo de Medem, rodado con pocos medios en su País Vasco natal, parecía una puesta de largo, un propósito de intenciones para preparar al público para lo que vendría después.
Lo curioso es que el resultado nunca fue mejor y, después de casi veinte años, Vacas sigue siendo la mejor película que ha filmado el vasco y con mucho, la más redonda.
La apuesta inicial de Medem, su mezcla de realismo con elementos oniroides y fantásticos que el director hace rozar con la locura, impregna el relato de tres generaciones de dos clanes familiares enfrentados y movidos por una irracional pasión que como guía resulta trágica.
Planos imposibles, cámaras subjetivas y un apacible animal campestre como antagónico de los humanos que se mueven en torno a ella y como espectadora impasible de los muchos desastres que se suceden, consiguen hacer de Vacas una película original y aún fresca, que realmente cuenta la historia que pretende contar ensamblando esos momentos surrealistas sin que chirríen y que atrapa al espectador consiguiendo una obra completa, no perfecta, que no lo es, pero si completa.
Cosa que Medem no ha conseguido realizar nunca más, aunque él crea lo contrario.
El primer largo de Medem, rodado con pocos medios en su País Vasco natal, parecía una puesta de largo, un propósito de intenciones para preparar al público para lo que vendría después.
Lo curioso es que el resultado nunca fue mejor y, después de casi veinte años, Vacas sigue siendo la mejor película que ha filmado el vasco y con mucho, la más redonda.
La apuesta inicial de Medem, su mezcla de realismo con elementos oniroides y fantásticos que el director hace rozar con la locura, impregna el relato de tres generaciones de dos clanes familiares enfrentados y movidos por una irracional pasión que como guía resulta trágica.
Planos imposibles, cámaras subjetivas y un apacible animal campestre como antagónico de los humanos que se mueven en torno a ella y como espectadora impasible de los muchos desastres que se suceden, consiguen hacer de Vacas una película original y aún fresca, que realmente cuenta la historia que pretende contar ensamblando esos momentos surrealistas sin que chirríen y que atrapa al espectador consiguiendo una obra completa, no perfecta, que no lo es, pero si completa.
Cosa que Medem no ha conseguido realizar nunca más, aunque él crea lo contrario.
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