Leía en alguna parte (o en varias) que Californication era el Sexo en Nueva York (o en su defecto el Queer as folk USA) para heterosexuales cuarentones. Sin querer contradecir dicha afirmación, cierta como que la Gala de los Goya se va superando en cutrez año tras año, si que pretendo dejar claro desde el principio una cosa muy sencillita: Californication es muchísimo mejor que ambas dos. De largo.
Cambiamos Nueva York por Los Ángeles, a un grupo de amiguitas por un escritor vicioso que sólo tiene a un amigo, igual de pervertido, que además es su agente (patrón mucho más masculino), una ex-mujer (arquetipo del cuarentón libérrimo )y una hija adolescente gótica (e inadaptada) que, como no podía ser de otra manera, se lleva mucho mejor con el padre que con la madre que pone las normas.
De ahí en adelante lo que tenemos son muchos personajes con los que nuestro Hank Moody (infinitamente más simpático que la insoportable Bradshaw) se va topando en su desastrosa carrera hollywoodiense, la mayoría de ellas mujeres licenciosas que no dudan en calmar su apetito sexual con el seductor escritor venido a menos mientras este sueña con volver con su ex-mujer, supuesto amor de su vida, y que nunca termina de salir bien.
Hasta ahí podemos apreciar el parecido, pero a diferencia del inexistente periplo de las pijas neoyorquinas en búsqueda del amor de sus vidas, Californication utiliza el estereotipo opuesto para mostrarnos las miserias de la supuesta Meca del glamour estadounidense, convirtiendo las experiencias sexuales de sus protagonistas en bromas con las que describe (o denuncia) la vacuidad de una ciudad pagada de si misma y de unos habitantes demasiado complacidos pensando que son el ombligo del mundo como para darse cuenta de que existe algo más.
Visión demoledora aunque optimista de la más alta cota que se le presupone al american way of life, Californication sin embargo sufre de algo que también padecía aquella con la que la comparábamos y que lastra especialmente su tercera temporada, y que no es otra cosa que el estatismo.
Porque queramos o no, Californication se plantea como una sitcom evolucionada, queriendo huir de la teatralidad y mezclarse con el drama, sin conseguirlo del todo. Y una vez resueltos todos los chistes posibles sobre el estilo de vida que presenta, lo único que queda son dimes y diretes con la vuelta o abandono de la mujer amada y las múltiples transgresiones amatorias que las provocan, algo ya visto desde la primera temporada y que, pese a capítulos con gags y espacios cómicamente monumentales, dejan cierta sensación de aburrimiento y tedio que, si bien no viene bien a ningún producto, precisamente a esta serie la deja bastante más tocada de lo deseable.
Teóricamente se iba a cancelar, pero hace unos días me he encontrado con los primeros capítulos una cuarta temporada que acaba de empezar y que, sin haber visto todavía, promete una estancia en Nueva York (aunque supongo que no en la zapatería de Blahnik) como revulsivo contra esa misma quietud dramática. Esperemos que si.
P.D.: Y, se me olvidaba, lo que vi anoche en los Goya aquí.
De ahí en adelante lo que tenemos son muchos personajes con los que nuestro Hank Moody (infinitamente más simpático que la insoportable Bradshaw) se va topando en su desastrosa carrera hollywoodiense, la mayoría de ellas mujeres licenciosas que no dudan en calmar su apetito sexual con el seductor escritor venido a menos mientras este sueña con volver con su ex-mujer, supuesto amor de su vida, y que nunca termina de salir bien.
Hasta ahí podemos apreciar el parecido, pero a diferencia del inexistente periplo de las pijas neoyorquinas en búsqueda del amor de sus vidas, Californication utiliza el estereotipo opuesto para mostrarnos las miserias de la supuesta Meca del glamour estadounidense, convirtiendo las experiencias sexuales de sus protagonistas en bromas con las que describe (o denuncia) la vacuidad de una ciudad pagada de si misma y de unos habitantes demasiado complacidos pensando que son el ombligo del mundo como para darse cuenta de que existe algo más.
Visión demoledora aunque optimista de la más alta cota que se le presupone al american way of life, Californication sin embargo sufre de algo que también padecía aquella con la que la comparábamos y que lastra especialmente su tercera temporada, y que no es otra cosa que el estatismo.
Porque queramos o no, Californication se plantea como una sitcom evolucionada, queriendo huir de la teatralidad y mezclarse con el drama, sin conseguirlo del todo. Y una vez resueltos todos los chistes posibles sobre el estilo de vida que presenta, lo único que queda son dimes y diretes con la vuelta o abandono de la mujer amada y las múltiples transgresiones amatorias que las provocan, algo ya visto desde la primera temporada y que, pese a capítulos con gags y espacios cómicamente monumentales, dejan cierta sensación de aburrimiento y tedio que, si bien no viene bien a ningún producto, precisamente a esta serie la deja bastante más tocada de lo deseable.
Teóricamente se iba a cancelar, pero hace unos días me he encontrado con los primeros capítulos una cuarta temporada que acaba de empezar y que, sin haber visto todavía, promete una estancia en Nueva York (aunque supongo que no en la zapatería de Blahnik) como revulsivo contra esa misma quietud dramática. Esperemos que si.
P.D.: Y, se me olvidaba, lo que vi anoche en los Goya aquí.
2 comentarios:
La priemra temporada me gustó mucho, pero ahora me he atrancado en la mitad de la segunda y no me da ninguna curiosidad el seguir. LE tendré que dar otra oportunidad
cuando he visto la foto creía que era Kalifornia, peli guapa bajo mi opinión... Californication no la he visto.
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