Fahrenheit 9/11 (II) (Michael Moore, 2004)
De sobra se sabe en el mundo del cine que las buenas intenciones no lo son todo, pero en los documentales deberían ser lo de menos ante la realidad completa de lo que se quiera contar.
Pero Michael Moore no está de acuerdo y además, confunde deliberadamente las buenas intenciones con el populismo que, justamente, coincide con las tesis de las que él se apropia y aprovecha.
Fahrenheit 9/11 es un documental que podrá ser (y eso es lo que más se sigue leyendo de él) totalmente necesario a fin de exponer las teorías conspiratorias que justificarían la todavía inconclusa Guerra de Irak, pero, bajo su supuesta veracidad, no encontramos en él más allá de un panfleto tendencioso contra George W. Bush y el Partido Republicano estadounidense.
Que el objeto de ataque sea digno de masacre no justifica en modo alguno la lectura parcial que Moore realiza sobre lo acaecido respecto a las relaciones de la familia Bush con los distintos imperios petrolíferos de Oriente Medio, pero se hubiera agradecido además una visión más compleja que la pobre que nos da Moore sobre la gestación de los ataques norteamericanos, si es que era eso lo que se pretendía.
Claro que para ello lo primero que habría que haber hecho es una planificación clara acerca de lo que se quería contar para apoyar las hipótesis esgrimidas, cosa que al orondo director no le pareció y quiso, sin embargo, enlazar un montón de datos sobre muchísima gente y muchas actividades que, al final, no sabemos muy bien adonde conducían.
Porque realmente Fahrenheit 9/11 no es un documental que explique la gran caída de Occidente en aras del neoliberalismo más agresivo, como se publicitó en su momento. El gran error de Fahrenheit 9/11 es que no se centra en nada y no llega a ninguna conclusión más allá de la que el señor Moore, con mucho el gran protagonista de este circo, tenía previamente instalada en su cabeza y que parece tener relación con el aniquilamiento de la familia Bush y todos sus amiguitos (muchos y poderosos).
Y precisamente de esa guerra habla Fahrenheit 9/11, no de ninguna otra. De la de dos dictadores (uno, el director, mucho más listo que el otro) que manipulan y tergiversan para conseguir transmitir a su audiencia la sensación de que ellos, y solo ellos, tienen razón.