Cuando uno viene de leerse La montaña mágica y La mujer justa, se halla perdido en medio de las Teogonías de Hesiodo (en la versión de Gredos, que contiene más introducción y notas a pie de página que texto del poema original) y está a la espera de comenzar con los relatos de Italo Svevo y, sobre todo, con el Ulises de Joyce, comenzar con un libro de apenas ciento veinte páginas que se puede terminar en apenas tres horas sin mayor problema se queda corto, muy corto. Y eso que la tralla que maneja Lindon es mucha. Como todo el exceso que rodea su obra.
Defendido como ejemplo de la libertad de expresión en Francia (donde ha sido sistemáticamente censurado) más que aclamado por la calidad de su obra (que también), Lindon es uno de esos ejemplos de la libertad creativa dentro de la muestra de lo perverso, que en esta pequeña novela se refleja a la perfección. Quizá porque esté ambientada en una guerra, con toda la perversión que ello conlleva ya de por si, Lindon utiliza la historia de dos amantes, esos Prince y Leonardours del título, para llevarnos por un recorrido acerca de todo tipo de prácticas sexuales de lo más absoluto escandaloso y que engloban desde la pederastia hasta la necrofilia (en directo) sin que, sin embargo, su relato se vuelva desagradable y tan siquiera estremecedor respecto a ello. Estamos en tiempos de guerra, y en el amor y en la guerra (y en el sexo) todo vale.
No soy yo muy amante de las novelas eróticas (no entra del todo dentro de lo pornográfico, aunque está a punto en ocasiones), pero reconozco que tiene su aquel. Más que nada por su capacidad de asimilar como propios aquellos deseos que muchos tienen (tenemos) y jamás se atreverían a reconocer. Independientemente de que la verdadera perversión que nos enseña, toda la que se origina para conseguir la captura de Leonardours y su posterior tortura por parte de los militares, que en sí debería parecer muchísimo más escandalosa que algunas de las prácticas sexuales del relato. Y fíjense que hasta a mi se me pasa por alto.
Por cierto, no encontré foto. Así que... nos quedamos sin ella.
Defendido como ejemplo de la libertad de expresión en Francia (donde ha sido sistemáticamente censurado) más que aclamado por la calidad de su obra (que también), Lindon es uno de esos ejemplos de la libertad creativa dentro de la muestra de lo perverso, que en esta pequeña novela se refleja a la perfección. Quizá porque esté ambientada en una guerra, con toda la perversión que ello conlleva ya de por si, Lindon utiliza la historia de dos amantes, esos Prince y Leonardours del título, para llevarnos por un recorrido acerca de todo tipo de prácticas sexuales de lo más absoluto escandaloso y que engloban desde la pederastia hasta la necrofilia (en directo) sin que, sin embargo, su relato se vuelva desagradable y tan siquiera estremecedor respecto a ello. Estamos en tiempos de guerra, y en el amor y en la guerra (y en el sexo) todo vale.
No soy yo muy amante de las novelas eróticas (no entra del todo dentro de lo pornográfico, aunque está a punto en ocasiones), pero reconozco que tiene su aquel. Más que nada por su capacidad de asimilar como propios aquellos deseos que muchos tienen (tenemos) y jamás se atreverían a reconocer. Independientemente de que la verdadera perversión que nos enseña, toda la que se origina para conseguir la captura de Leonardours y su posterior tortura por parte de los militares, que en sí debería parecer muchísimo más escandalosa que algunas de las prácticas sexuales del relato. Y fíjense que hasta a mi se me pasa por alto.
Por cierto, no encontré foto. Así que... nos quedamos sin ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario