Una piscina sucia y un ambiente húmedo y bochornoso son el inicio, preludio y resumen de todo lo que vamos a ver en el primer largo de Lucrecia Martel. Una piscina alrededor de la cual se sitúa una fiesta llena de señores borrachos donde una de ellas cae, se corta y sangra, y donde sólo los niños que están en casa salen en su ayuda.
Una piscina de agua tan estancada como la existencia y la moral de los adultos que pueblan la casa y que a lo que más miedo tienen es a que los conduzcan al hospital, La ciénaga lo llaman, sin darse cuenta de que ya ellos están inmersos en una.
Y esa misma ponzoña que embadurna las almas de los adultos es la que poco a poco parece que va apoderándose de los niños y adolescentes, esos que al principio se nos antojan los verdaderos protagonistas de esta cruda radiografía de la amargura, para verse envueltos en ella como partícipes del deterioro moral de los que se supone que deben ser sus ejemplos de vida.
Martel sitúa su historia en verano no por casualidad, nada lo es en esta película. El ambiente, necesario y la gran baza del film, necesita del calor para llegar al fondo de lo que quiere la autora. Esa atmósfera sofocante y opresiva es la que se merece el film.
Esa que no es sino metáfora del lodazal en que acaban envueltos todos sus protagonistas.
Esa de la ciénaga en la que la infelicidad nos sumerge.
Una piscina de agua tan estancada como la existencia y la moral de los adultos que pueblan la casa y que a lo que más miedo tienen es a que los conduzcan al hospital, La ciénaga lo llaman, sin darse cuenta de que ya ellos están inmersos en una.
Y esa misma ponzoña que embadurna las almas de los adultos es la que poco a poco parece que va apoderándose de los niños y adolescentes, esos que al principio se nos antojan los verdaderos protagonistas de esta cruda radiografía de la amargura, para verse envueltos en ella como partícipes del deterioro moral de los que se supone que deben ser sus ejemplos de vida.
Martel sitúa su historia en verano no por casualidad, nada lo es en esta película. El ambiente, necesario y la gran baza del film, necesita del calor para llegar al fondo de lo que quiere la autora. Esa atmósfera sofocante y opresiva es la que se merece el film.
Esa que no es sino metáfora del lodazal en que acaban envueltos todos sus protagonistas.
Esa de la ciénaga en la que la infelicidad nos sumerge.
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