lunes, 21 de febrero de 2011

Los Tudor

Los Tudor (Showtime)


Ante la idea que tienen las productoras españolas de que lo que ellos hacen es ficción televisiva de calidad, dejaré claro que lo mismo un día de estos hablo de El barco. Será un jueves.
Mientras tanto nos vamos a países donde si se toman en serio sus producciones aunque, en el caso que nos ocupa, la calidad sea más un espejismo estético que c
ualquier otra cosa.
Para empezar, pongamos una imagen de lo que, ante todo, puede justificar el visionado completo de esta serie:


Efectivamente, es Cavill, el gran Cavill, que aparte de ser un estupendo actor, contenido pero potente como nunca hubo salido ninguno del Actor's Studio, es guapo a rabiar.
Porque básicamente de eso se trata The Tudors, de hacernos bello el inicio de una de las épocas más terribles de la historia europea en general e inglesa en particular, las guerras de religiones.
La dinastía Tudor y sus personajes permanecen en la mente de todos los que alguna vez estudiamos Historia por anécdotas en las que los guionistas de
la serie, sin embargo, centran toda su atención, olvidándose del rigor histórico más allá del forzar fechas para que Tomás Moro sea decapitado el día que le tocaba.
Aunque en realidad da lo mismo, porque The Tudors de lo que menos va es de historia. La serie es una larguísima recreación de intrigas palaciegas de esas que azotaban todas las cortes europeas, queriendo que fueran las que se desarrollaron durante el reinado de Enrique VIII y favorecidas por su líbido y su deseo de que le parieran un heredero varón.
Y a pesar de querer pretender ser un homenaje al desarrollo del anglicanismo y a su primer representante, nos presentan a Enrique, el supuesto héroe, como un cantamañanas salido y caprichoso que se cree bajado del cielo y no puede tolerar la m
ás mínima afrenta, cambiando de opinión y cortando cabezas cual Reína de Corazones al descubrir que en el jardín se habían plantado rosas blancas.
Y vamos acompañándolo en sus desamores con Catalina de Aragón, en su affair con Ana Bolena (en modo arpía), su posterior enamoramiento por Juana Seymour (yo es que los nombres me los aprendí en el colegio así)... hasta su muerte, poco heroica, solo en su castillo.


Irregular, en todo caso, sólo la primera parte de la vida de Enrique, especialmente la segunda temporada, consigue emocionar y merece un buen repaso, pudiendo haber copado la mayor parte del tiempo con lo que nos hubiéramos ahorrado una tercera y una cuarta temporada tediosas y repetitivas, cuyo único sentido era el desenlace conocido y donde hasta los despelotes parecían escasear.
Personajes que aparecían y desaparecían, tramas incompletas, estereotipaciones, personajes desaprovechados (la futura Isabel, la gran reina del periodo, y su deseo de permanecer lejos de los hombres habrían dado mucha más emoción que los devaneos del monarca)...
Ni siquiera el capítulo final, facilón e infantiloide, salvó lo que hacía diez capítulos había perdido el norte.
En fin, que estoy escuchando la radio a toda voz y no se lo que he dicho, pero... ¡qué guapo es Henry Cavill!


2 comentarios:

una soñadora utópica dijo...

Yo sólo he visto las dos primeras temporadas, y me pareció que estaban bien. Aunque debo confesar que también la veia para disfrutar del físico de los actores (en plan no salidorro, claro está)

loquemeahorro dijo...

Vi la primera, y fue perdiendo interés a lo largo de la segunda temporada.

Hay que ver Jane Seymour lo mayor que es ¿no? Claro, y como no se corta el pelo, así le ha crecido

(horrible, lo sé)