viernes, 12 de febrero de 2010

La muerte tenía un precio

La muerte tenía un precio (Sergio Leone, 1965)


Continuación natural de Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio es otro de esos monumentos cinematográficos realizados por Leone en forma de western innovador y que, años después, muchos seguimos sin explicarnos por qué han sido vapuleados por la crítica y parte del público.
Leone reinterpreta el cine del oeste clásico convirtiéndolo en una nueva experiencia, experiencia sensorial y acústica nunca vista anteriormente, y que guste o no guste, para bien o para mal, se ha imitado hasta la saciedad y ha sido referente para varias generaciones de cineastas.

Las cámaras de Leone se localizan en sitios impensables, primeros planos imposibles enmarcan el desarrollo dramático, el movimiento es como el de las mismas balas que no paran de disparar y de sonar en la pantalla, los personajes son sucios, las estancias polvorientas y los ruidos omnipresentes, hasta el silencio está lleno de ellos.
Clint Eastwood era la marca actoral indispensable, y hacía de Harry el Sucio mucho mejor que en Harry el Sucio.


Todo era masculino, viril, tenso, intrigante, cruel, insalubre. La historia era una anécdota, igual que el guión y el desarrollo afectivo, importaba más la imagen y la música, esas partituras que todos tenemos en mente y que aportaban el acompañamiento necesario y justo a los disparos.
Leone filmaba cintas colosales, larguísimas, llenas de experiencias sensoriales que iban mucho más allá del cine convencional y se acercaban mucho (si no llegaban) a la obra de arte audiovisual.
Y La muerte tenía un precio puede que sea la mejor de estas obras. A mi al menos es la que más me gusta... pero tampoco podría elegir.
Por cierto, sigo sin explicarme por qué todavía hay muchos que querían que hiciera lo mismo que Ford, si Ford solo hay uno...


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