viernes, 25 de septiembre de 2009

La dama de Shangai

La dama de Shangai (Orson Welles, 1948)

Si miramos con lupa la película de Welles no es de extrañar que a la hora de su estreno obtuviera tantas malas críticas. Viniendo de quien siete años antes había fascinado a propios y extraños con una de las consideradas, aun hoy en día, mejores películas de la historia del cine, la poderosa Citizen Kane, el modo de presentar y rodar The lady from Shangai resulta tan confuso como el devenir del principal personaje de la trama, ese irlandés prendado de la seductora mujer que salva del ataque de unos ladrones en la primera escena, interpretado por el propio Welles.
La historia de la película viene siendo parecida a las de tantas femmes fatales (hablamos, por ejemplo, de Perdición en estas mismas páginas hace algunas semanas) y quizá es lo de menos en este y en otros muchos casos. Lo fascinante de The lady from Shangai se centra en el trato dado a las imágenes, en esa planficación extraña
con planos descentrados, escenas que no cuadran, juegos de luces y sombras, en esa preocupación estética que turba tanto como la atracción de Welles por Hayworth, quizá en un juego metalingüístico que muchos no supieron ver en el momento.


Lo demás es de sobras conocido, y gloriosa escena final de los espejos (imitada hasta la saciedad, entre ellos por Woody Allen al final de Manhattan Mistery Murder) es uno de esos momentos cinematográficos sublimes y únicos, de esos que sólo por su existencia merecen el visionado de la cinta completa, aunque al principio resulte dura, dura... y no tengamos muy claro qué es lo que nos vamos a encontrar.

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