martes, 26 de mayo de 2009

Cecil B. Demente

Cecil B. Demented (John Waters, 2000)


Hablando de resucitar, John Waters dio a Melanie Griffith uno de sus últimos papeles relevantes para su peculiar visión del cine underground del que él había sido uno de los más excelsos exponentes.
Ya decía cuando hablé de la grandísima Pink Flamingos, que Waters había seguido haciendo de las suyas, sólo que con más presupuesto. Y si en sus anteriores trabajos le había invadido la sutileza, se deshizo de toda ella para rodar esta descach
arrante sátira sobre el mundo del cine donde, para variar, no deja títere con cabeza... ni siquiera la suya.
Cecil B. Demente y su troope de colgados defensores del cine "de verdad" raptan a una estrella del cine comercial en decadencia, Honey Whitlock (alter ego de la propia Griffith), a la que, a base de golpes (tanto físicos como psíquicos) convencen para tomar parte en la realización de una película basada en su misma lucha por ese cine sin ataduras y lejos de las mayors. Un cine que tiene como referente implícito aquel Dogma 95 que tanta publicidad dió a algún otro, y que pasa por rodar secuencias reales en e
ntornos reales. El golpe de gracia para su unión al grupo se lo dan sin embargo los mismos espectadores que ella creía la idolatraban, al criticar duramente su trabajo, ante lo que Whitlock termina por encontrar un nuevo camino para su carrera de mano de las descabelladas propuestas de Demented.


Sarta de despropósitos a cada cual más exagerado, el catálogo de normas a las que Demented obliga a sus secuaces (incluyendo el celibato) en aras de la concentración en el arte indican, por parte de Waters, su propio sentido común hacia cualquier estereotipo en el mundo del cine, ante cualquier distinción entre bueno y malo dependiendo de su origen. Además de servir para algunos de los gags más inspirados de una cinta que no da respiro a la risa (el cambio de ropa de la estrella, el marcarse a fuego el nombre del director en una de las pocas escenas que he visto en mi vida que mejoran con el doblaje, y ante todo esa orgiástica y destructiva escena final), aunque no son los únicos.
Creo que nunca me he reído tanto en un cine como con la escena inicial del secuestro, ese niño en silla de ruedas cabrón y la señora que lo guía, a la que está puteando, cortándole el oxígeno. Así comienza el circo de Waters, señores, porque esto que les cuento es sólo el comienzo.


3 comentarios:

Sota dijo...

Gnífica.

Lo que me llegué a reir cuando le enseñan la "galería" de directores de culto...

Groupiedej dijo...

Es que no tiene desperdicio de principio a fin.

P.D.: normalmente uso los perfiles para enlazarme a los blogs de los comentaristas, pero en tu caso no puedo. Si me pudieras dejar la dirección pa echar un vistazo...

Sota dijo...

Ains...

No se que pasa con eso, se supone que la tengo desbloqueada...

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