jueves, 27 de noviembre de 2008

Destrozando a... Hasta el fin del mundo

Hasta el fin del mundo (Win Wenders, 1991)


Así de larga, ni más ni menos. He de reconocer que no se si me gusta el cine de este señor. Mi película favorita, de las que he visto, continúa siendo una de las menos arriesgadas quizá, El amigo americano. Paris, Texas me sigue resultando un tanto cargante por más que no me disguste, hay otras que evito desde hace años (como El cielo sobre Berlin) y de la última hornada, tras sufrir El final de la violencia (demasiado parecida a Carretera perdida, protagonista incluido) o El hotel del millón de dólares, prefiero no saber nada. Pero aún así, de vez en cuando lo intento.
Hasta el fin del mundo es de esas películas que me encontré en alguno de esos momentos en que había decidido dilapidar mi vida social quedándome los sábados por la noche viendo cine de arte y ensayo en vez de comprobar en carne propia cuanto aguantaba mi organismo antes de llegar al coma etílico como cualquier adolescente normal, y reconozco que la retengo en mi memoria únicamente para saber reconocerla y salir huyendo despavorido si me la vuelvo a encontrar por ahí.
Tras quedar hipnotizado durante la primera hora de metraje por una historia futurista sin historia y prácticamente sin explicación, de esas que me gustan a mi que siempre estuve tan perturbado y que preferí lo sensorial a lo explicativo, recuerdo que William Hurt y la señora coprotagonista se mudaban al desierto y todo aquello se hacía largo, largo, largo como un día sin pan. Y yo realizaba esfuerzos ímprobos para intentar no dormirme mientras Wenders probaba a dar forma a lo que sin tenerla resultaba mucho más atractivo y dar sentido metafilosófico a lo que no lo tenía, resultando de un pedante que a las tres de la mañana lo único que conseguía era dar sueño y que entraran ganas de salir corriendo a buscar un veinticuatro horas de Iberia para coger pitando un vuelo a Düsseldorf o donde fuera que viviera de Alemania y partirle las piernas (entonces no teníamos internet). Afortunadamente, mi paga semanal daba nada más que para el tabaco que me fumaba a escondidas y para algún otro exceso poco saludable. Si no, nos hubiéramos ahorrado algún otro engendro semejante.
Ah, y lo siento por los señores de Cahiers du Cinemá, pero en absoluto puedo estar de acuerdo con ellos. No, no creo que haya nadie infalible.


1 comentario:

dvd dijo...

Wenders es otro que estuvo en el momento y lugar preciso, lo que le ha valido hacerse un nombre en el olimpo del cine de autor. Las que tú mencionas y RELÁMPAGO SOBRE EL AGUA, su obra maestra, son lo más destacado de una filmografía que, si hubiese sido otro, habría acabado machacado por la crítica y de oficinista asustado en Berlin. Y ésta, precisamente, es un pastelón infumable; pero lo que nunca te explicará un crítico es cómo un tipo sin ideas sigue recibiendo financiación, porque también él come de eso. La cosa está clara...