martes, 23 de septiembre de 2008

Dogville

Dogville (Lars von Trier, 2003)

Lars von Trier es el rey del artificio. Cada una de las propuestas visuales que realiza, incluido ese manifiesto Dogma que crearon en 1995 para buscar una supuesta pureza del cine que el cine no había tenido nunca, son total, clara y manifiestamente artificiosas. Por mucho que él las intente explicar, por muchas interpretaciones que se quieran hacer, nada justifica las planificaciones y puestas en escena que realiza en detrimento de otras más convencionales más allá de sus propias pretensiones de “genio”.
Lo que salva a von Trier es que, realmente, es un genio cuando quiere. Y es que a pesar de intentar dar más interés al continente, las películas de von Trier (salvo quizá la tediosa Los idiotas) prestan suficiente interés a un contenido en general duro y casi salvaje. Eso es lo que nos ofrece Dogville.
Durante sus casi tres horas de metraje Dogville resulta un absoluto espectáculo. Espectáculo de las apariencias, de los engaños, de las miserias, de la inhumanidad. Poco a poco von Trier va acercándonos a la historia de un pueblo que se verá alterado por la llegada de Grace, de un pueblo de “buenas gentes” que poco a poco van sacando toda la crueldad que tienen dentro para que Grace sea consciente del favor que le están haciendo por ocultarla, sin que ellos mismos quieran terminar de darse cuenta de la crueldad de sus actos, y sin que ellos mismos lleguen a darse cuenta de que sus propios actos deben tener consecuencias.


Grace es la humanidad pero, como pasa a veces, es demasiado humana. Pero no es tonta. En determinado momento parece que Grace quiere purgar sus antiguos pecados, y para ello se recubre de una falsa bondad que sólo de vez en cuando se ve destapada en breves lapsus lingüísticos que reflejan la cara arrogante de quien sabe que no se merece lo que está pasando, pero parece entregada a sufrir lo que haga falta por no volver a una vida que no quería. Una vida que sin embargo aceptará al final, cuando ella misma atienda las palabras de su padre, esas que le recuerdan que no hay mayor arrogancia que el intentar demostrar un mayor valor moral que todos los demás y creer que nadie más puede llegar al punto donde se encuentra. La misma arrogancia que luce Tom, capaz de utilizar a Grace para demostrarse a si mismo que él y sólo él es mejor que el resto de los habitantes de su pueblo. Esa arrogancia que la misma Grace quebranta cuando le hace darse cuenta de que, en el fondo, es igual de mezquino e inhumano que el resto de habitantes de Dogville, y que precipitará el trágico final.
Dogville es un estudio de las falsas apariencias. Incluso en los pr
imeros episodios (está dividida en nueve), en los que Grace se incorpora a la vida del pueblo con las labores que nadie necesita, ya se atisba que las cosas no van a ir bien. El pueblo de Dogville, unido en su relación con Grace, primero desconfía, después abusa, después esclaviza y después sufre la venganza. Una venganza que llega como agua de mayo y con la que no podemos hacer otra cosa que sentirnos identificados.


Falsas amistades, amores interesados, mentiras piadosas, verdades dolorosas, exigencias, chantaje, humillaciones, abusos, traiciones... Dogville, tanto el pueblo como la película, es un compendio de todas las aberraciones humanas que, escondidas bajo una falsa apariencia de bondad, son la base para los movimientos de sus habitantes, esos habitantes que, pese a ser “buenos” no son capaces de ayudar de forma altruista. Ayudan por algo, algo que no necesitan, que nunca necesitan, pero que no paran de exigir y que hace que el pueblo se niegue a que Grace lo abandone a pesar de que verbalmente no la quieren allí.
Tan cruel como los personajes que habitan esa ciudad imaginaria, Dogville no se apiada de nadie, ni siquiera de Grace. Von Trier realiza, como ya dije, un espectáculo de las miserias humanas, sin ninguna concesión, sin ninguna piedad. Nadie es lo que parece ser, pero todos recibirán su merecido por lo que realmente son, esas cualidades que Grace irá descubriendo a medida que convive con ellos, de la misma forma que ella se ofreció a ser observada durante dos semanas para que la aceptaran en Dogville. Solo que ella sí intentó que la conocieran, que conocieran la mentira que ella también era.


5 comentarios:

Unknown dijo...

Tengo la peli desde hace bastante tiempo... y aún no la he visto!... Me han hablado muy bien de ella. Un saludo!

Justo dijo...

Las apuestas de riesgo de Trier a veces le salen endiabladamente bien, como ésta.

Nada que comentar, suscribo una vez más lo que dices: sólo subrayar la importancia del esquematismo de la puesta en escena -que propicia la reflexión abstracta- y lo aturdidos que nos quedamos los espectadores con el sorprendente final.

Y para mí, una insufrible de Trier: El jefe de todo esto.

Groupiedej dijo...

Ricardo: la peli es dura, dura... así que estate preparado, pero no te vas a arrepentir.

Justo: No he visto El jefe de todo esto, aunque recuerdo buenas críticas. De toda la filmografía de von Trier me sigo quedando con El elemento del crimen, igual de caprichosa que todo el resto, pero un poco menos narcisa. Claro que hace mucho tiempo que la vi...

dvd dijo...

Yo, que me tomo bastante poco en serio a Trier, creo que lleva veinte años queriendo hacer LUNA NUEVA o CON FALDAS Y A LO LOCO. El problema es que esto es DIFICILÍSIMO, inalcanzable... No digo que no tenga talento, es que tiene que maquillar cada película para que no se le vea que no sabe narrar fluidamente. Es un caso rarísimo de empecinamiento, en el que se pretende llevar a toda costa un discurso pseudo-intelectual al gran público, y esto no puede salir bien. Recuerdo, en la cola de la taquilla, cómo dos señoras de avanzada edad se decían: "¿Estará entretenida ésta?"; y la otra: "Sale la Nicole Kidman, mujer...". Sobran los comentarios...

Capri c'est fini dijo...

Soy un fanático absoluto de Dogville, me parece original, con mucho fondo y da mucho que pensar. La puesta en escena, más teatral que cinematográfica, es un personaje más de la trama. Nicole está perfecta y el resto de personajes muy a la altura, sobre todo cuando comienza a sacar sus personalidades. Cada uno representa un pecado humano, una bajeza o una vileza... Esta, junto a su gemela Manderlay (que me parece igual de buena en temática, aunque el cambio de actriz se resiente y la puesta en escena ya no llama tanto la atención) es un díptico interesantísimo sobre la condición humana. Saludos.